martes, 4 de septiembre de 2007

Once mil novecientos veintiseis.

Desperté , levanté la cabeza y... ¡Qué loca angustia , amigos míos! Mi frente chocó contra un techo liso y frío , como pulido por los duros cuernos del Malo. Se levantaron mis manos -¡ouh , las manos , humildosos pregoneros del espíritu en las tinieblas!- , se levantaron y se toparon con el mismo techo liso y frío. Y también chocaron mis rodillas , y , en seguida , todo el cuerpo , debatiéndose con aquel nicho metálico en un desespero de cobra enjaulada. Después me quedé temblando como un crío y me dejé vencer por la modorra inmensa que de nuevo pesó en mis párpados. Cuando otra ves me espabilé me quise sobreponer a mi desventura. Jamás olvidaré los pensamientos de aquel instante. Los consuelos tradicionales , que tan diligentes se apretaran contra mi dolor , se marcharon rápido , sigilosos , como avergonzados de su impotencia.
El último en huir , tengo que confesároslo , no sin cierto rubor , fue el consuelo...¿Estético le llamaré? Dejemos esto. Me tuve que acoger a la conformidad, y también a aquel semisonido cariñoso que asegundaba el hormigueo en mis ojos.
Fue entonces cuando , sin saber por donde , vínose a imponer en mi mente esta certeza. Yo no soy un enterrado en vida. Yo me encuentro en este nicho cumplendo una importante encomienda.
¿Qué encomienda era aquella? Sin darme cuenta comencé a acariciarme el mentón -Ya no me acuerdo si barbado ó no- con aire muy mediativo y puede que fachendoso.
Me vencía el sueño. De muy lejos llegaban , desvanecidos e indecisos , menudos copos de recuerdos.
Sí , todo puede ser -dijera el doctor con esa sonrisa de los doctores versados en el orientallismo. En aquel instante el reloj , insomne y desvariado había dado una hora absurda.
Todo puede ser , todo puede ser... ¿Tendría yo , luego , dormido diez mil años?
Me espabilé de una vez.
Sí , era éso. No había ninguna duda. No recordaba enfermedad ni otra circunstancia precursora de muerte ni entierro.
Bien. Pongamos que fuese éso. El doctor me debió de dejar medios de valerme para salir del nicho y ver cómo era el mundo en el año 11926.
Mis manos cachearon temblando en el fondo de todos los bolsillos. Un reloj , un termómetro , una caja de cerillas , una pistola , una linterna eléctrica , una carta lacrada , ¡una llave!
Recorrí con la linterna encendida el techo del nicho y di con el rasgado ojo de la cerradura. La llave entraba.
La alegría fue tan grande como el más grande estremecimiento. Tantas y tan nuevas fuerzas revivieron en mi alma y de tal modo se ensarillaron las unas con las otras en procura de hechos que calmasen su tieso y doloroso ímpetu , que estuvieron a punto de aniquilarme. Yo no era un hombre enterrado vivo. Era una cultura "antiquísima" enterrada viva. Era un espíritu arquisolitario. ¿Qué sería de mis padres , de mis antiquísimos amigos , de aquella antiquísima joven tan cariñosa y blanca? Al no poder contarles lo que viese , perfectísima y mísera soberanía de los hombres , quizás colonizadores de astros , las pisadas de los cuales me parecía sentir ya encima de mí , me entristeció un poco. ¿Y el doctor? ¡Pobre doctor , magnífico , heroico , espiritualísimo doctor , podrido en la tierra después de dispararme a mí a lo largo de esa inmensa parábola de diez mil años! Me eché a llorar , temblando de ternuras mezcladas con alegrías.
Permanecería así , quieto y feliz , quién sabe cuanto tiempo , si no hubiese reparado , mismo encima de mi frente , en una agujita como de reloj que iba lentamente encaramando su punta indicadora al señal de la muerte que se estilaba allá por el siglo XX: una calavera encima de la equis hecha con las tibias. Comprendí. Aquello debió de ser puesto en movimiento por lo que yo hice al despertarme del sueño milenario , y quería decir que mi moradía en el nicho debía acabar antes de que la aguja hiciese la señal del Silencio sobre la dentadura de la calavera. Un letrerito puesto a un lado del círculo recorrido por la aguja me confirmó lo que yo ya supusiera.
Restablecido el ritmo normal de las funciones , la provisión de... (aquí una fórmula química que no entendí) se acabará en una vuelta de la aguja , y tu vida peligrará.
Junté todas mis fuerzas en un eje bien unido y metí la llave en la cerradura.
¿Cómo era la cripta -le llamaré así- en que me encontraba al salir del nicho? No veo bien sus confines. Solamente se evidencian para mi recuerdo un rincón de piedra bien labrada en el que había un bocoi y al lado la puerta sibilante que empujé...¿Venía después una pequeña escalera hasta el corredor? ¿Y luego una salita con tres puertas , una muy bajita (por allí fui yo) , y otras escaleras y corredores y , en algún sitio , agua por el medio? Cosas así creo recordar; pero son imágenes inciertas , y no siempre las mismas. No me deis mucho crédito.
Tendré ahora que poneros al tanto de cuál era el secreto del sobre lacrado , que abrí cuidadosamente , y conteniendo mi ansiedad , como bien supondréis. Dos trascendentales documentos contenía.
En uno de ellos , el doctor me daba los consejos que debía seguir estrictamente para que mi vida , comprometida por el temerario experimento , no desvaneciese en el término de muy pocos años (quizá meses , ó días , ¡ó horas!).
El otro era una larga carta muy respetuosa y digna , dirigida a los médicos del año 11926.
Los dos llevaban la misma fecha: Compostela , 1926; y la misma firma: Doctor Nóvoa Santos.
Leí los documentos , ya libre , a plena luz , un poco a la ligera y distraído , levantando los ojos por momentos en un creciente asombro. Porque Compostela , amigos , había desaparecido.
Metí los papeles en los bolsillos con tanta prisa que los arrugué , y me puse a correr de un lado para otro por la campía inculta y desierta. Subí a un alto lleno de pedruscos , y en lo alto de uno ojeé a lo lejos en redondo. Una sacudida sorpresa me hizo oír por primera vez en años mi voz articulada: "¡El mar!" , grité. Allí estaba , y no muy alejado. Centelleante , contento... Pero también desierto. Ni velas ni hogueras ponían en él las insignias del hombre. ¿Cómo habría llegado el mar hasta allí? ¿En un removerse hirviente y furioso , ó muy despacio , a lo largo de los siglos? No era momento de meditarlo y bajé de la piedra.
¡Cuánto más feliz había sido en el seno del nicho que después! Ya llevaba muchas horas de andar , siguiendo el camino del Sol , y las punzadas del hambre , siendo hirientes , no lo eran tanto como una sospecha que comenzaba a clavarme las uñas en la mente , creciendo en lucha con mi optimismo de siempre. Yo no lo quería creer , mas no iba a tener más remedio que aceptarlo: la tierra debía estar desierta. Yo sería el único superviviente. Solito en el mundo. ¡Cómo se reirían de mí las estrellas cuando llegase la noche! ¡Cómo se guiñarían los ojos! Mas puede que no. Quizá me cantasen , caído yo en suelo pedregoso y con la lividez de la muerte en el semblante , su funeral pitagórico. Este pensamiento me dio aliento para seguir caminando.
El Sol estaba ya muy bajo y el día atardecía.

Tres figuras en lo alto de un monte quemado: un árbol , un hombre y un niño. ¡Un hombre y un niño! Deseando convertirme en unos cuantos fuegos artificiales , comencé a correr hacia ellos. Moradores de la Gran Ciudad Perfecta , que no estaría lejos , pensé. Y , sin dejar de correr , no paraba de reír nerviosamente , lleno de un centelleante júbilo infantil.
Cuando me iba aproximando me chocó un poco alguna cosa , un bulto que colgaba de una rama del árbol moviéndose tranquilamente. Seguí adelante , más despacio... Ya podía ver bien los perfiles de aquella cosa. Pero no quise creérmelo , así de repente , sin más , a los avisos del espanto , y seguí sonriendo , con una sonrisa de máscara , mientras mi mente buscaba aún las vueltas que me diesen ánimos. Cierto que aquella cosa colgada del árbol era una pierna humana... Pero , sin duda , fingida. El hombre debía ser el maestro y el niño el discípulo. El aprendizaje a cielo descubierto. ¡Muy bien! No podía ser de otro modo en el año 11926.
Mas no. No había vuelta. El hombre y el niño comían con ganas , clavando sus dentaduras , sañentas y golosas , en los trozos que se desprendían de la pierna sangrienta. Me quedé inmóvil , mirando , a pocos pasos , cómo se hartaban.
De pronto levantaron los ojos y me vieron. Dejaron caer las tajadas y rompieron a gritos que no entendí. Una nueva evidencia y simple se me mostró en un relámpago: en el término de mil años la evolución de las lenguas se hacía inverosímil que me pudiese entender con hombres de aquella casta. Y decidí que lo mejor era huir.
Bajo el negror de aquel fracaso ¡cómo se replantearon en mi espíritu las cuestiones más hondas! El bien y el mal , el heroísmo , la santidad , la sabiduría , Dios... No había tiempo de pensar.
Corrí dejándome llevar por la pendiente de la colina. Detrás de mí no eran dos los que venían. Era una multitud que gritaba furiosa , quién sabe en qué jerga , y tiraba piedras para que me alcanzasen. ¡Cómo llorarían las estrellas cuando , por la noche viesen mi cuerpo desmenuzado! A tumbos , siempre perseguido , corrí mucho mal camino , mismo hasta la orilla del mar , ahora temeroso e impreciso a la sombra del anochecer.
Por un lado el hombre degradado , y por el otro el mar de siempre. Con las lágrimas en los ojos no sé si de pena , de miedo o de rabia , saqué la pistola y disparé dos veces.
Iba a disparar otra vez cuando , la tercera campanada conmovió la casa... y desperté. Desperté , adolorido. Un hilo de luz mojada entraba por los huecos de las cortinas.
En las pizarras de la calle , el compás de unos zuecos y el pregón de todas las mañanas:
¡Quién compra la leche!
Triste , reconfortante y raro...

Rafael Dieste. [ No , yo no escribo así de bien].

3 comentarios:

Xana dijo...

Bien... , como alguien quería comentar (?) jaja... y no estoy yo con muchas ganas , aquí un cuento del libro "Dos Arquivos do Trasno" , del escritor gallego Rafael Dieste.
Esta traducción de mi parte , pues el texto fue escrito en gallego; perdonad los errores que se me puedan haber pasado y tened por casi seguro que si no entendéis alguna palabra fue porque no me percaté de que no estuviese en castellano.
Éste cuento me gustó bastante , me pareció curioso y me hizo pensar.
Disfrutadlo.

Centinela dijo...

Aah; tanta es mi ignorancia(...) pensé que era tuyo (suyo de Usted) :)
Es que sigue la receta de la gran mayoría de tus escritos. Mi pregunta es... te fijaste en la fecha? 11926.

Anónimo dijo...

(...) Es que soy imbécil.

11926 - 169*26 de adorno*